jueves, 20 de octubre de 2011

Rol, parte LXXVI (por Roberto)

Ricardo, cerró la puerta con un gesto de decepción dibujado en su rostro, apoyó su espalda contra la pared del largo pasillo. ¿cómo era posible -- se preguntaba -- que Julia lo hubiese engañado de aquella manera?. Algunos marineros de la tripulación pasaron junto a él, entre ellos Palomares, que le miró detenidamente.

-- ¿Le sucede algo capitán? -- preguntó el aprendiz de cura con tono preocupado?
-- No me pasa nada Palomares -- respondió Ricardo con frialdad. -- ¿Alguna novedad en el puente de mando? -- inquirió el capitán cambiando el tema.
-- No señor -- respondió Palomares agachando la cabeza un poco cohibido por el adusto gesto de Ricardo. -- Bueno... en realidad... si -- añadió
-- ¿Cuál? -- cuestioné Ricardo
-- Verá usted, es que Burbuja ha dicho que.. que en cubierta se percibe un olor extraño, nosotros no hemos notado nada, pero él insiste.
-- Lo verificaré en un momento, tengo algo que hacer -- respondió Ricardo -- avísele a Ulises, para que él también esté al tanto. -- ordenó el capitán.
-- Sí Señor -- asintió Palomares.

El capitán se dirigió a su camarote, hizo una pausa y suspiró, el dolor en su pecho era lacerante, tragó saliva con dificultad; abrió la puerta de su camarote y entró cerrando de nuevo tras de sí.

Allí, en la soledad de ese cubículo tan personal, por fin pudo desatar el nudo que atenazaba su garganta y que amenazaba con reventar su pecho. La lluvia caía a borbotones de sus ojos de manera incontrolada, como un tormenta que intenta arrasar todo a su paso para dejar después únicamente el triste paisaje del dolor. Sentado en su cama con la cabeza entre sus manos dio rienda suelta a la pena que sentía, solo sus llantos y los sollozos de su garganta rompían el silencio que había en su camarote.

Ricardo sentía que con cada gota de lluvia que resbalaba por sus mejillas extinguiéndose en la comisura de sus labios, se apagaba también su esperanza de ser feliz. Cuando por fin había encontrado una razón para vivir, para luchar en medio de aquel caos que lo llevaba a la deriva sin un puerto seguro al que sujetarse, todo se derrumbaba de nuevo.

El había sentido la calidez de Julia, su corazón había percibido el corazón palpitante de la doctora y hubiera sido capaz de jurar sobre una Biblia, que ella lo amaba tanto como él la amaba a ella. Sin embargo, las duras palabras de Julia seguían resonando como golpes de martillo en su cabeza. Lentamente se puso de pie y caminó despacio hacia la única luz que se filtraba al habitáculo.

Los ojos de Ricardo reflejaban en ese momento el inmenso dolor que sentía en su corazón, la mirada perdida, a través del ojo de buey, dirigida hacia aquella inmensidad de océano que les rodeaba. El capitán mesó su barba despacio, intentando secarse las innumerables lágrimas que le habían humedecido el rostro.

Su cabeza le mandaba un mensaje, las palabras de Julia, pero su corazón le mandaba otro, completamente distinto; de pronto, sus ojos se fijaron en un punto de su muñeca, la pulsera que Julia le había regalado. Por un breve instante con su dedo índice y pulgar estuvo tentado a arrancarla, pero no fue capaz, el recuerdo de los ojos de Julia, no se lo permitió. Esos ojos que él adoraba y de los que estaba colgado irremediablemente.

La primera vez que la vio, su corazón empezó a latir más rápido de lo normal, él supo que esa mujer significaría algo muy importante en su vida, cuando se vio reflejado en sus ojos, tuvo la certeza de que no había un lugar mejor para él, supo que se dejaría matar de ser necesario, para verse siempre reflejado en esos profundos ojos que lo tenían embelesado.


Julia, secó las últimas lágrimas de su bello rostro con el dorso de su mano, antes de entrar en la enfermería; allí, yacía Julián, pálido, ojeroso y cansado, pero aún así conservaba las ganas de seguir luchando por su vida, tenía muchas cosas aún por hacer y no cesaría de pelear por hacerlas.
Julia le admiraba ese tesón, esa fuerza con la que se enfrentaba a un destino duro e incierto.

- ¿Qué le pasa doctora? -- preguntó Julián con un hilo de voz-- ¿Tan mal estoy, que ya me está llorando? -- añadió irónico.
-- No, no -- respondió Julia intentando sonreír -- usted aún tiene cuerda para rato.
-- Entonces, si no son por mí esas lágrimas, son por Ricardo -- comentó De la Cuadra
-- ¿Por Ricardo? -- inquirió Julia, con tono apenas audible -- no, claro que no.
-- A mí no me engaña doctora -- dijo Julián con suficiencia -- Usted está enamorada de mi amigo. y sabe que le digo, déjese de tonterías, que para cuatro días que se viven -- Julián miró los ojos de Julia que estaban llenos de húmeda tristeza -- es mejor vivirlos con plenitud y al lado de la persona que se ama. -- Julián la miró con fijeza -- Doctora, hágame caso, nada, lo oye bien, NADA, vale más la pena que vivir con la persona que se quiere y más aún, en circunstancias como estas, en las que todo se magnifica.

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