La cara de Julia Wilson reflejaba el terrible sufrimiento al que estaba  siendo sometida, con toques eléctricos Tom, intentaba inútilmente que la  doctora les diese información.
Ojerosa y con los labios secos, Julia  soportaba estoicamente poniendo en su pensamiento lo que más amaba, a  Ricardo Montero; su sola imagen, el solo recuerdo de su sonrisa, le das  daba el valor que necesitaba para mantenerse firme en su silencio.
Víctor  la observaba desde un ojo de buey, no comprendía porque Julia prefería  ser torturada en vez de hablar. Había algo fascinante en esa actitud de  la doctora Wilson que a Víctor le llamaba la atención.  ¿En verdad Julia  estaba tan enamorada del capitán del Estrella Polar, como para darles  la espalda a ellos, corriendo incluso el riesgo de morir?
Lentamente  y arrastrando un poco los pies, Víctor entró en la estancia e hizo una  señal al hombre que se afanaba en torturar a Julia, el hombre cesó de  hacerlo y salió dejando a su víctima y a su jefe a solas.
-  ¿Sigues sin querer hablar? – Víctor la miró con un tristeza repentina –  dame algo Julia – le pidió de pronto – dame algo que me permita salvarte  la vida. – Víctor la miró fijamente, en sus ojos Julia pudo distinguir  una súplica. Él no quería matarla, a Julia le quedó claro en ese momento  y una pequeña esperanza se iluminó en su corazón.
- ¿Y qué te doy? –  Preguntó ella humedeciéndose los labios – ¿qué tienes Víctor? ¿Tienes  algo por lo que luchar? ¿Algo tuyo? – le cuestionó con celeridad. El  joven entrecerró los ojos – Ya no hay mundo, ya no hay nada de lo que  teníamos; solo es el hoy, no hay pasado y el futuro nunca antes fue tan  incierto.
- ¿Y tú? ¿Qué tienes tú? – Le reviró con brusquedad – Yo  tengo a la compañía, si hay una mínima posibilidad de sobrevivir es con  ellos – afirmó mirándola con fijeza.
- Yo tengo una familia –  respondió ella con sencillez – Un hombre al que amo y que me ama, unas  hijas que no son mías pero como si lo fueran; amigos que darían su vida  por mí, del mismo modo que yo la daría por ellos. – Víctor se quedó en  silencio, sopesando lo que Julia le decía. – ¿Y tú? ¿Crees que alguno de  “tus amigos”, daría la vida por ti? – El hombre la miró durante un  largo rato.
Víctor había sido testigo mudo en ocasiones  innumerables de lo que hacía la Compañía cuando alguien ya no le era de  utilidad. En el fondo tuvo que reconocer que Julia tenía razón, ella  poseía por lo menos la amistad de gente a su alrededor que luchaba por  lo mismo. Eran una familia.
Lentamente se giró y se dirigió a la  puerta, la miró de nuevo sin emitir palabra alguna y después salió.  Julia cerró loso ojos con fuerza, la poca que le quedaba ya. Sabía que  iba a morir.
-- Este plan es descabellado - dijo  Julián, mirando las anotaciones que Gamboa le había dado a Ricardo - tan  pronto como nos acerquemos al submarino nos detectarán con el radar.
-  Eso no pasará – se defendió Gamboa – Ramiro ha preparado un sistema en  unos artefactos para que no nos capte el radar durante un tiempo.
- Una hora – informó Ramiro – tenéis una hora para hacerlo.
-  Saldremos a las 400 – os quiero a todos listos en cubierta – informó el  capitán – Ulises, Gamboa, Palomares y yo iremos al submarino – Ricardo  les miró – los demás se quedan a vigilar y a cuidarnos las espaldas.
Media  hora más tarde de la hora señalada, el capitán Montero y sus  acompañantes se dejaron caer en las oscuras y profundas aguas del mar,  buscando desesperadamente la manera de salvar a Julia. Los demás habían  tomado sus lugares en cubierta para estar al pendiente de lo que pudiera  pasar.
Sabían que era arriesgado y que más de uno podía morir,  pero descartaron ese pensamiento, con la férrea voluntad de salvarla,  Julia era para todos, una parte muy importante de esa familia que habían  construido en este nuevo mundo.
Víctor meditaba lo sucedido con  Julia, le preocupaba la decisión que habían tomado sus superiores,  conocía a Julia y sabía que no diría más. No le quedaba más que cumplir  las órdenes. Esas frías órdenes que el propio Philippe le había  transmitido. No entendía, cómo ni siquiera él, que había tenido una  relación tan cercana a la Doctora Wilson, había ido a verla.
Julia tenía razón, la Compañía no tenía sentimientos ni se tentaba el corazón para eliminar a quién ya no le servía.
Bajó  las escaleras para dirigirse a su fatídica cita. Abrió la puerta y miró  a Julia. Ella se encontraba atada por las manos a un gancho en la  pared, con las piernas atadas sobre el suelo. Ella lo miró mientras él  se acercaba. Víctor sacó entonces un cuchillo y se paró frente a ella.
-  Así que ha llegado la hora ¿no? – inquirió Julia. Víctor no le  respondió, se puso en cuclillas y con el filo de la pieza cortante que  llevaba en la mano, rasgo las cuerdas que aprisionaban las piernas de  Julia.
- Guarda silencio – le dijo entonces, Víctor la descolgó del  gancho y cortó también las ligaduras de sus manos. Después miró a Julia  detenidamente mientras apretaba la mandíbula – Voy a sacarte de aquí –  añadió. – seguramente acabaré mal por lo que voy a hacer, pero te  mereces seguir tu sueño.
Julia puso su mirada en los ojos de él,  había un dejo amistoso en ellos y la doctora sonrió. Por un momento  respiró tranquila, aunque sabía que no era fácil salir de allí. Víctor  la guió por largos e interminables pasillos hasta una escotilla.  Faltaban apenas unos minutos para las 500.
-En un momento el  submarino ascenderá, y tú podrás salir y marcharte, colócate el traje –  le dijo señalando la ropa de submarinista. Julia se lo puso.
- ¿Cómo has hecho para que el submarino suba? – preguntó Julia.
- Todos los días el submarino va a la superficie a unas horas determinadas, así que aprovecharemos eso para que te vayas.
Julia  ser acercó e él, y en un impulso lo abrazó, Víctor sorprendido9, la  abrazó también. En ese momento el submarino comenzó su ascenso. Víctor  comenzó  abrir la puerta escotilla. Justo en ese instante cuando el  submarino había emergido a la superficie, Ricardo Montero y los hombres  que iban con él, llegaron hasta una pequeña entrada que Gamboa les había  señalado, intentaron abrirla sin éxito.
Un hombre salió del  interior del submarino por otra puerta que se cerró tras él, encendió un  cigarrillo mientras clavaba su mirada en el horizonte. De pronto un  seco golpe llenó de oscuridad su conciencia. Gamboa le había propinado  un contundente golpe en la cabeza dejándolo inconsciente.
- Tenemos que entrar o el tiempo se acaba – les dijo  los demás.
La  pequeña puerta por la que habían intentado acceder antes se abrió de  pronto, poniéndolos en alerta. Justo cuando Ricardo iba a golpear a la  persona que salía a través de ella, un grito se escuchó y dejó  paralizada el puño del capitán.
- ¡Ricardo no! – la doctora se abrazó al capitán para evitar que este golpeara a Víctor.
Víctor les miró y sonrió.
- Tenías razón doctora – comentó mirándola – tu familia está aquí para rescatarte. Julia devolvió la sonrisa. – Marcharos.
- Te hemos dejado un regalito – dijo Gamboa señalando el cuerpo inerte de Philippe. Víctor lo miró y sonrió de nuevo.
- Ven con nosotros – pidió Julia – te matarán si te quedas.
-  No te preocupes – le dijo con voz tranquilizadora – me las apañaré.  Estaremos en contacto – añadió mirando a Ricardo. – Iros ya.
Los  hombres vestidos de submarinistas, se tiraron al agua justo cuando una  sonora alarma comenzó a emitir un frenético ruido de advertencia.