domingo, 18 de marzo de 2012

Rol, Parte XCIX (Por Roberto)

La cara de Julia Wilson reflejaba el terrible sufrimiento al que estaba siendo sometida, con toques eléctricos Tom, intentaba inútilmente que la doctora les diese información.
Ojerosa y con los labios secos, Julia soportaba estoicamente poniendo en su pensamiento lo que más amaba, a Ricardo Montero; su sola imagen, el solo recuerdo de su sonrisa, le das daba el valor que necesitaba para mantenerse firme en su silencio.

Víctor la observaba desde un ojo de buey, no comprendía porque Julia prefería ser torturada en vez de hablar. Había algo fascinante en esa actitud de la doctora Wilson que a Víctor le llamaba la atención. ¿En verdad Julia estaba tan enamorada del capitán del Estrella Polar, como para darles la espalda a ellos, corriendo incluso el riesgo de morir?

Lentamente y arrastrando un poco los pies, Víctor entró en la estancia e hizo una señal al hombre que se afanaba en torturar a Julia, el hombre cesó de hacerlo y salió dejando a su víctima y a su jefe a solas.

- ¿Sigues sin querer hablar? – Víctor la miró con un tristeza repentina – dame algo Julia – le pidió de pronto – dame algo que me permita salvarte la vida. – Víctor la miró fijamente, en sus ojos Julia pudo distinguir una súplica. Él no quería matarla, a Julia le quedó claro en ese momento y una pequeña esperanza se iluminó en su corazón.
- ¿Y qué te doy? – Preguntó ella humedeciéndose los labios – ¿qué tienes Víctor? ¿Tienes algo por lo que luchar? ¿Algo tuyo? – le cuestionó con celeridad. El joven entrecerró los ojos – Ya no hay mundo, ya no hay nada de lo que teníamos; solo es el hoy, no hay pasado y el futuro nunca antes fue tan incierto.
- ¿Y tú? ¿Qué tienes tú? – Le reviró con brusquedad – Yo tengo a la compañía, si hay una mínima posibilidad de sobrevivir es con ellos – afirmó mirándola con fijeza.
- Yo tengo una familia – respondió ella con sencillez – Un hombre al que amo y que me ama, unas hijas que no son mías pero como si lo fueran; amigos que darían su vida por mí, del mismo modo que yo la daría por ellos. – Víctor se quedó en silencio, sopesando lo que Julia le decía. – ¿Y tú? ¿Crees que alguno de “tus amigos”, daría la vida por ti? – El hombre la miró durante un largo rato.

Víctor había sido testigo mudo en ocasiones innumerables de lo que hacía la Compañía cuando alguien ya no le era de utilidad. En el fondo tuvo que reconocer que Julia tenía razón, ella poseía por lo menos la amistad de gente a su alrededor que luchaba por lo mismo. Eran una familia.

Lentamente se giró y se dirigió a la puerta, la miró de nuevo sin emitir palabra alguna y después salió. Julia cerró loso ojos con fuerza, la poca que le quedaba ya. Sabía que iba a morir.



-- Este plan es descabellado - dijo Julián, mirando las anotaciones que Gamboa le había dado a Ricardo - tan pronto como nos acerquemos al submarino nos detectarán con el radar.
- Eso no pasará – se defendió Gamboa – Ramiro ha preparado un sistema en unos artefactos para que no nos capte el radar durante un tiempo.
- Una hora – informó Ramiro – tenéis una hora para hacerlo.
- Saldremos a las 400 – os quiero a todos listos en cubierta – informó el capitán – Ulises, Gamboa, Palomares y yo iremos al submarino – Ricardo les miró – los demás se quedan a vigilar y a cuidarnos las espaldas.

Media hora más tarde de la hora señalada, el capitán Montero y sus acompañantes se dejaron caer en las oscuras y profundas aguas del mar, buscando desesperadamente la manera de salvar a Julia. Los demás habían tomado sus lugares en cubierta para estar al pendiente de lo que pudiera pasar.

Sabían que era arriesgado y que más de uno podía morir, pero descartaron ese pensamiento, con la férrea voluntad de salvarla, Julia era para todos, una parte muy importante de esa familia que habían construido en este nuevo mundo.

Víctor meditaba lo sucedido con Julia, le preocupaba la decisión que habían tomado sus superiores, conocía a Julia y sabía que no diría más. No le quedaba más que cumplir las órdenes. Esas frías órdenes que el propio Philippe le había transmitido. No entendía, cómo ni siquiera él, que había tenido una relación tan cercana a la Doctora Wilson, había ido a verla.
Julia tenía razón, la Compañía no tenía sentimientos ni se tentaba el corazón para eliminar a quién ya no le servía.

Bajó las escaleras para dirigirse a su fatídica cita. Abrió la puerta y miró a Julia. Ella se encontraba atada por las manos a un gancho en la pared, con las piernas atadas sobre el suelo. Ella lo miró mientras él se acercaba. Víctor sacó entonces un cuchillo y se paró frente a ella.

- Así que ha llegado la hora ¿no? – inquirió Julia. Víctor no le respondió, se puso en cuclillas y con el filo de la pieza cortante que llevaba en la mano, rasgo las cuerdas que aprisionaban las piernas de Julia.
- Guarda silencio – le dijo entonces, Víctor la descolgó del gancho y cortó también las ligaduras de sus manos. Después miró a Julia detenidamente mientras apretaba la mandíbula – Voy a sacarte de aquí – añadió. – seguramente acabaré mal por lo que voy a hacer, pero te mereces seguir tu sueño.

Julia puso su mirada en los ojos de él, había un dejo amistoso en ellos y la doctora sonrió. Por un momento respiró tranquila, aunque sabía que no era fácil salir de allí. Víctor la guió por largos e interminables pasillos hasta una escotilla. Faltaban apenas unos minutos para las 500.

-En un momento el submarino ascenderá, y tú podrás salir y marcharte, colócate el traje – le dijo señalando la ropa de submarinista. Julia se lo puso.
- ¿Cómo has hecho para que el submarino suba? – preguntó Julia.
- Todos los días el submarino va a la superficie a unas horas determinadas, así que aprovecharemos eso para que te vayas.

Julia ser acercó e él, y en un impulso lo abrazó, Víctor sorprendido9, la abrazó también. En ese momento el submarino comenzó su ascenso. Víctor comenzó abrir la puerta escotilla. Justo en ese instante cuando el submarino había emergido a la superficie, Ricardo Montero y los hombres que iban con él, llegaron hasta una pequeña entrada que Gamboa les había señalado, intentaron abrirla sin éxito.

Un hombre salió del interior del submarino por otra puerta que se cerró tras él, encendió un cigarrillo mientras clavaba su mirada en el horizonte. De pronto un seco golpe llenó de oscuridad su conciencia. Gamboa le había propinado un contundente golpe en la cabeza dejándolo inconsciente.

- Tenemos que entrar o el tiempo se acaba – les dijo los demás.

La pequeña puerta por la que habían intentado acceder antes se abrió de pronto, poniéndolos en alerta. Justo cuando Ricardo iba a golpear a la persona que salía a través de ella, un grito se escuchó y dejó paralizada el puño del capitán.

- ¡Ricardo no! – la doctora se abrazó al capitán para evitar que este golpeara a Víctor.
Víctor les miró y sonrió.
- Tenías razón doctora – comentó mirándola – tu familia está aquí para rescatarte. Julia devolvió la sonrisa. – Marcharos.
- Te hemos dejado un regalito – dijo Gamboa señalando el cuerpo inerte de Philippe. Víctor lo miró y sonrió de nuevo.
- Ven con nosotros – pidió Julia – te matarán si te quedas.
- No te preocupes – le dijo con voz tranquilizadora – me las apañaré. Estaremos en contacto – añadió mirando a Ricardo. – Iros ya.

Los hombres vestidos de submarinistas, se tiraron al agua justo cuando una sonora alarma comenzó a emitir un frenético ruido de advertencia.